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Cuando la salud de los niños enferma, la burocracia no puede ser la causa de su sufrimiento.

Matheo Gallardo tiene nombre, tiene rostro, tiene sueños. Y aunque todavía no entiende del todo lo que significa tener cáncer, ya sabe lo que es vivir en pausa. Mientras otros chicos piensan en juegos, él y su familia piensan en medicamentos, autorizaciones, y un enemigo que no espera: el tiempo.

Matheo necesita un tratamiento oncológico urgente. El medicamento existe. Los médicos lo prescribieron. Pero hay una traba: el fármaco no fue autorizado aún por su mutual, PAMI. Y cada día sin ese tratamiento es un paso más hacia lo incierto.


¿Cómo puede ser que en un país que declara la salud como un derecho, un niño enfermo tenga que mendigar lo que le corresponde? ¿En qué momento la burocracia pasó a tener más poder que un diagnóstico? ¿Quién le explica a Matheo que su vida vale menos que una firma en un formulario?

Cuando un niño enferma, todo debería detenerse. El sistema entero debería correr en su auxilio, no obligarlo a esperar. Pero hoy no es así. Hoy Matheo, como tantos otros chicos, se enfrenta no solo al cáncer, sino a la indiferencia de estructuras que se mueven más lento que la enfermedad que los consume.

Mientras las gestiones se demoran, su familia hace lo imposible. Cada día es un desvelo. Cada llamada, una esperanza. Cada silencio, un golpe. Hoy necesitan comprar el medicamento por sus propios medios. No pueden esperar más. No deberían tener que hacerlo. Pero lo están haciendo. Solos. Como si salvar una vida fuera una cuestión de suerte y no de justicia.

Y es ahí donde entramos todos. Porque cuando el Estado falla, la sociedad tiene que reaccionar. No con caridad, sino con conciencia. Porque permitir que un niño enfermo no reciba tratamiento a tiempo es una forma silenciosa de violencia.

Matheo necesita ayuda. Y con él, miles de niños que quedan atrapados entre diagnósticos médicos y laberintos administrativos. Ayudarlo no es solo un acto de compasión: es una denuncia viva, un grito que incomoda, pero que hay que escuchar.

Hoy es Matheo. Mañana podría ser cualquier niño. Y no hay nada más injusto que un sistema que obliga a una familia a elegir entre el silencio y la desesperación.

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