Hoy celebramos el Día de la Radio, y lo hacemos en un contexto muy distinto al de sus orígenes. La tecnología avanza a pasos gigantes, las redes sociales dominan la atención de millones de personas, y cada vez aparecen nuevas plataformas que parecen destinadas a arrinconar a los medios tradicionales. Sin embargo, la radio sigue ahí, viva, latiendo, como una compañía que se niega a desaparecer.
Algunos dicen que la radio está en riesgo de extinción. Que frente a TikTok, Instagram o YouTube, no tiene lugar. Pero lo cierto es que, a diferencia de esas plataformas efímeras, la radio tiene algo que no se reemplaza con un algoritmo: la cercanía humana. Es esa voz que te acompaña en el trabajo, en el campo, en la ruta o en tu casa; es esa noticia que escuchás al instante sin tener que desbloquear un celular; es esa canción que llega justo cuando la necesitabas.
La radio sobrevive porque es simple y auténtica. Porque no necesita filtros ni pantallas para transmitir emociones. Porque cuando ocurre algo importante, la gente aún prende la radio para informarse. Y porque en los pueblos, en las ciudades, en cada rincón del país, la radio es todavía el lazo que une a la comunidad.
Claro que los desafíos son enormes. La competencia digital es feroz, la publicidad se reparte en miles de ventanas y la atención del oyente se fragmenta. Pero justamente en esta época de ruido y sobreinformación, la radio tiene una oportunidad: ser la voz clara, cercana y confiable en medio del caos.
La radio no muere porque no depende de la moda. No muere porque late en quienes la hacen todos los días, y en quienes la escuchan buscando compañía, información o simplemente una voz amiga.
En el Día de la Radio, más que una celebración, hacemos un compromiso: seguir defendiendo este medio que nos une. Porque mientras haya alguien del otro lado, la radio seguirá viva. Y seguirá siendo ese refugio al que siempre podemos volver, aun cuando la tecnología intente silenciarla.
Editorial por Maximiliano Azcurra