Desde Laboulaye hasta Córdoba capital hay más de 300 kilómetros. Pero para Soledad Infeld y su hijo Vicente Reguero, ese trayecto representa mucho más que una distancia geográfica: es el camino que los une a un sueño que se vuelve realidad, paso a paso, con esfuerzo, convicción y muchísimo amor.
Vicente, un joven apasionado por el fútbol, logró lo que para muchos chicos del interior parece inalcanzable: sumarse a las divisiones formativas de Club Atlético Belgrano de Córdoba, uno de los clubes más importantes del país. Pero detrás de esta oportunidad no hay casualidades: hay una familia que educa, que acompaña y que también sabe cuándo soltar para que sus hijos puedan volar.



Soledad, su mamá, vive en Laboulaye. Allí crió a Vicente con valores, con disciplina, con contención emocional y con una firme convicción: que los sueños se cumplen cuando hay preparación, dedicación y una red que sostiene.
“No es fácil ver a un hijo tan lejos, pero cuando sabés que está bien, haciendo lo que ama, todo tiene sentido. El esfuerzo valió la pena”, cuenta Soledad, con el orgullo de una madre que acompaña en silencio, sin reflectores, pero con una presencia que lo abarca todo.
En Belgrano, Vicente no solo encontró un club, sino un espacio que lo abraza y lo impulsa a crecer. Sabe que no está solo, que su familia lo respalda a la distancia y que cada entrenamiento es una oportunidad para honrar ese esfuerzo colectivo que comenzó mucho antes de llegar a Córdoba.
Esta historia no es solo la de un chico que juega bien al fútbol. Es la de una madre que confía, que enseña, y que suelta. Es la de una familia que cree en el poder de la educación, la disciplina y el trabajo constante. Y es, sobre todo, la de un sueño que hoy empieza a hacerse realidad… porque fue cuidadosamente preparado.
Vicente Reguero tiene apenas 12 años, pero ya sabe lo que es tomar decisiones importantes. Sabe lo que es dejar atrás su casa, sus amigos, su escuela, su barrio… y también el abrazo de su mamá Soledad Infeld, quien desde Laboulaye lo acompaña en la distancia mientras él persigue un sueño enorme: jugar en las inferiores del Club Atlético Belgrano de Córdoba.
“Extraño muchas cosas, pero estoy feliz porque estoy cumpliendo mi sueño”, dice Vicente con una mezcla de emoción y madurez que sorprende para su edad. “Sé que mi familia me apoya y que esto también es por ellos”.
El camino no fue fácil. Como muchas familias del interior, la de Vicente entendió que el talento no alcanza sin valores, sin estudio y sin un entorno que contenga y motive. Desde chico, Vicente mostró condiciones para el deporte, pero también una actitud constante de trabajo, disciplina y respeto. Su mamá, Soledad, fue una pieza clave en todo ese proceso.
“Mi mamá siempre me enseñó que hay que prepararse. Me apoyó en todo, pero también me dijo que si quería algo, tenía que esforzarme”, cuenta el joven futbolista, que hoy vive en una pensión del club, entrena todos los días y estudia para no descuidar su formación integral.
Desde Laboulaye, Soledad sigue acompañando con el corazón en la mano. Sabe que el camino recién empieza, pero también que el paso que dio Vicente es enorme. “No es fácil ver a un hijo lejos, pero cuando sabés que lo que hace lo hace con amor, el dolor se transforma en orgullo”, comparte.
Esta es una historia que habla de fútbol, sí. Pero sobre todo habla de educación, de esfuerzo familiar, de enseñanzas que quedan grabadas en el alma y de un hijo que crece sabiendo que no está solo, aunque mamá esté a cientos de kilómetros.
“A veces me preguntan si me da miedo estar lejos… y sí, un poco. Pero también sé que no vine hasta acá para rendirme. Vine a dejar todo por mi sueño”, dice Vicente, con los ojos llenos de futuro.




